Una expresión malinterpretada arruina una presentación en público
En marzo de 2019, investigadores del Museo Británico de Londres concluyeron que la aclamada obra «El Grito» del pintor noruego Edvard Munch no está gritando. Durante décadas, se ha difundido que la figura que aparece en primer plano en esta obra del artista transmite a quien lo observa un grito agudo, doloroso, angustioso… Pero en realidad no es así. En realidad, se está tapando los oídos porque no quiere escuchar los miedos que acosan a su mente. O las barbaridades que se están cometiendo en el mundo que le rodea. O, simplemente, no quiere oír nada.
Ahora extrapolemos lo que ocurre a este cuadro a una presentación en público. Quien está hablando de repente nota un inmenso dolor de pies, los zapatos le están haciendo añicos los dedos. Desea sentarse tras mucho rato de pie, pero no puede. Tiene delante a un auditorio lleno. Y mucho que contar aún. Lleva años esperando esta oportunidad que le puede catapultar a ser un@ de l@s líderes más relevantes de su sector. Pero ha cometido el error de estrenar zapatos justo ese día. Y es entonces cuando en su cara se comienza a perfilar una expresión poco amigable, incluso de fastidio. Espectadores sentados en las primeras filas piensan: «Qué poca emoción le está poniendo, parece que quisiera irse ya y no nos ha dicho las conclusiones aún».
Y es que esta situación tan traicionera nos revela que, pase lo que pase, cuando hablamos en público nuestra cara solo puede reflejar entusiasmo, pasión y respeto por nuestra audiencia. Porque si no es así, en décimas de segundo nuestras expresiones negativas nos delatan y solo caben dos opciones para zanjar esta situación:
1. La primera, sincerarte con tu audiencia: «Estos zapatos me están matando. Disculpen que esté perdiendo el hilo de mi presentación». Pero claro, si confiesas, algunos empatizarán contigo, pero otros puede que no. ¿Puede tu reputación como profesional asumirlo? Y… ¿qué haces entonces? ¿Te descalzas y sigues? No es grave, pero corres el riesgo de que se produzca una desconexión tal con tu presentación que a la audiencia le cueste mucho volver a engancharse. O lo que es peor, que te recuerden por el dolor de pies y no por lo mucho que te trabajaste tu intervención.
2. La segunda, hacer de tripas corazón y tirar para adelante. Aguantar el dolor, concentrarte en tu discurso. Incluso acortarlo un poco improvisando en el momento. Pero, en ningún momento, dejar que tu cara vuelva a delatarte. Porque los de las primeras filas parecen que han notado algo, pero los de la parte de atrás del auditorio no. Y estás a tiempo de rectificar, sonreír y disolver esos segundos de desconcierto.